Puente Blanco: quince años cultivando una forma de vida orgánica


Puente Blanco tiene una historia que empieza mucho antes de Nicolás, quien hoy nos cuenta esta experiencia. En los años ‘70, su abuelo Bernardino Giménez, junto a Alberto Giménez y José Roberto Espitalieri, comenzó a mandar verduras y hortalizas por todo el país. Eran tiempos de trabajo intenso, de camiones cargados y rutas interminables. De esa época nació una forma de entender la tierra y el comercio que, con los años, se transformó en Puente Blanco, el proyecto que hoy continúa la familia con la misma pasión por hacer las cosas bien.

“Para nosotros el cultivo orgánico ya ha sido una forma de vida, una forma distinta de comercializar, una manera distinta de pensar con la gente con la que trabajamos. Es todo más ganar-ganar, es un ambiente donde se cuida al otro, hay una comunidad detrás de esto”, cuenta Nicolás Giménez.

De un sueño a un camino sostenido

 

Cuando comenzaron, Puente Blanco se dedicaba únicamente al ajo orgánico. Los primeros años fueron duros: “Durante tres o cuatro años la producción salió muy mal. En hectáreas y hectáreas sacábamos uno o dos camiones nomás”, recuerda Nicolás. Pero con paciencia y aprendizaje, los frutos comenzaron a llegar.

Hoy la empresa sigue creciendo, diversificando sus cultivos y manteniendo viva la filosofía que los mueve desde el inicio. “De a poquito fuimos incorporando el zapallo, ahora también cebolla, y cada vez le vamos agarrando más la mano para mantenernos todo el año con productos”, agrega.

Diversidad y presencia en distintas fincas

Gracias a la ubicación de sus tierras, Puente Blanco logra mantener producción durante gran parte del año. Actualmente cultivan ajo, cebolla blanca y morada, papa y zapallo —entre ellos las variedades Coquena y Cauti— en distintas zonas de Mendoza: Uspallata, Los Tambillos, San Rafael y Gustavo André.

El origen de una decisión

El paso hacia lo orgánico no fue casualidad. Nació de una reflexión profunda sobre la forma en que se producían los alimentos.
“Todo comenzó cuando empezamos a hablar de lo mal que producía la gente, que terminaban metiéndole herbicidas y otros productos. Nos preguntábamos: ¿por qué te comés una ensalada y te cae mal si es una ensalada?”, recuerda Nicolás.

Esa simple pregunta encendió el cambio. Lo orgánico apareció no solo como una oportunidad comercial —aunque el mundo ya empezaba a demandarlo— sino como una manera de hacer las cosas bien.

Puente Blanco hoy no es solo una empresa: es una historia de aprendizaje, constancia y compromiso con la tierra. Un ejemplo de cómo el trabajo sostenido, el respeto por la naturaleza y la visión a largo plazo pueden construir una comunidad en torno a lo que realmente importa: alimentar de forma sana, consciente y sostenible.

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